EDICIONES LOS DEL VALLE
capítulo
2º - HE R C U L E S
Hacía frío en la playa aquella tarde de abril.
El cielo estaba tomando esa tonalidad entre rojiza y anaranjada
que nos indica que el crepúsculo está al caer
y que otro día más en el calendario ha quedado
atrás.
El
mar, sereno, acompañaba su agonía con un suave
vaivén, un ritmo acompasado que convidaba a meditar.
Es curioso como mirando esa inmensidad de color azul, pueden
llegar a untarse pasado y presente, a fundirse, a confundirse:
recuerdos de la niñez, de los primeros juguetes, los
primeros amigos, la escuela, los padres, los hermanos, el primer
amor, el primer beso, el primer dolor... el recuerdo de una
melodía, de un aroma, de un sabor... El mar tiene magia
y sabe escuchar.
Él
lo sabía muy bien. Cientos de tardes como aquella las
había pasado contemplando el ir y venir de las olas,
intentando desvelar el misterio que encerraban.
La
vida de un perro vagabundo no era fácil, para poder comer
cada día se las tenía que ingeniar muy bien, pero
era querido por la gente y ellos le abría muchas puertas.
No en vano había sobrevivido a un accidente de circulación
que le había dejado cojo de por vida y se había
librado de morir después de estar en una celda de la
perrera; precisamente por ese porte leal y noble que le caracterizaba,
por esa mirada de agradecimiento y de eterna soledad que una
persona sensible supo recoger e interpretar.
Su silueta, grande, caminando con cierta dificultad podía
adivinarse en los crepúsculos y los amaneceres de aquella
bonita playa.
Él, siempre independiente pero amigo de sus amigos, había
sabido hacerse querer.
A
veces, perdido entre las barcas su pensamiento cruzaba más
allá y se preguntaba el porqué de muchas cosas.
Viendo a los pescadores tejer sus redes, sus tristes ojos intentaban
adivinar el sentido de la vida, el porqué los hilos se
entremezclan y, a veces, acaban enredándose y rompiéndose.
Era
un símbolo para aquel paraje, sin él no se concebía
tanta hermosura y luminosidad.
Un
día alguien no pensó lo mismo. Proyectó
toda su rabia y frustración en aquel pobre animal y con
los ojos cegados por la ira lo condenó a muerte.
Fue
entonces cuando toda aquella gente que tanto decía haberle
querido y mimado le dio la espalda y renegó de él.
Tan solo la persona que una vez le salvara la vida estuvo junto
a él hasta el final, cuando todo acabó para él,
cuando por fin su espíritu se adueñó para
siempre de aquella playa y de la más absoluta libertad.
Alguien
más le lloró, alguien que le quería bien,
alguien que no le olvidará jamás.
Capítulo 3º - T I B I O A M A N E C E R -
Era de noche cuando llegó a su casa. Al abrir la puerta
una bocanada de soledad se apoderó de ella. Desde que
Javier había muerto, en la casa se respiraba un ambiente
triste y lúgubre.
Metió
las llaves en el bolso y suspiró con resignación.
Entró en el dormitorio y preparó la ropa para
el baño. Estaba agotada. Una ducha caliente le vendría
bien, o mejor no, se daría un buen baño de espuma
en agua tibia.
Reguló
los grifos de la bañera y se dirigió al salón
mientras escuchaba el agua caer. En el contestador no había
ningún mensaje. ¡ Ni siquiera se acordaban de ella!
Recordaba ahora aquellas largas tardes de invierno junto a Javier,
cuando ninguno de los dos tenía trabajo y se sentaban
muy juntitos en el sofá frente al televisor a ver una
buena película o simplemente a mirarse a los ojos, a
quererse con pasión.
Ya
no había nadie en aquel sofá. Desde que él
desapareció no le apetecía sentarse en él.
Lo encontraba demasiado grande, igual que la coma donde tantas
veces habían dormido juntos, donde tantas veces habían
hecho el amor, donde tantas confesiones se habían hecho.
Sumida
en tantos recuerdos olvidó que la bañera se estaba
llenando y reaccionó al sentir la humedad bajo sus pequeños
pies.
Alarmada salió corriendo hacia el cuarto de baño,
cerró los grifos y con actitud descorazonada se dispuso
a recoger todo aquel agua, preocupada por el estado en que quedarían
los muebles cuando soltaran lo que habían empapado.
Serían
cerca de las doce y media cuando por fin, completamente desnuda
se contempló en el espejo del baño.
Había cambiado su aspecto. Estaba más delgada
y demacrada y en sus ojeras se reflejaba un profundo y eterno
agotamiento.
Una
vez dentro de la bañera se sintió renacer. Aquella
tibieza la envolvió y la hizo soñar con selvas
vírgenes y enormes cascadas, un inmenso cielo azul despejado
y el sonido de la más salvaje naturaleza en su entorno,
atrapándola, haciéndola sentir que formaba parte
de él.
A
su memoria acudieron los dos viajes que Javier y ella habían
hecho al continente americano. Aquel paraíso verde y
azul, con playas de ensueño y aquellas fantásticas
noches en el bungalow al estilo de películas como "Mogambo"
o "La reina de Africa".
Abrió los ojos y miró a su alrededor. Sintió
un enorme desencanto. ¿Por qué siempre él
tenía que interrumpir sus sueños apareciendo en
ellos? ¿Es que no podía dejarla en paz? ¿Es
que hasta estando lejos tenía que hacerle la vida imposible?
Se
puso el albornoz y se fue a su cuarto. Leyó durante un
rato una bonita novela romántica situada en la Edad Media,
era una preciosa historia de amor, pero el desenlace parecía
ser fatal.
¿Por qué casi siempre las historias de amor terminaban
mal?
¿Por qué causaban tanto dolor?
Apagó
la luz de la lamparilla y se quedó dormida. Se vio transportada
al siglo XIV. Vestida con ropas largas y harapientas en una
sucia calle sin asfaltar llena de polvo y miseria y un olor
nauseabundo.
A los lados casas pequeñas y humildes de las que salían
mujeres con cubos de agua, vestidas como ella, y niños
mugrientos y mal vestidos que jugueteaban levantando polvo.
En
aquel instante el ruido de un carruaje que se acercaba le hizo
apartar la vista de los niños y centrar toda su atención
en él.
Al
llegar a su altura el carruaje se paró y ante ella apareció
un personaje singular, lujosamente ataviado y con una enorme
espada a la cintura. Asombrada con todo aquello no podía
dar crédito a lo que sus ojos estaban viendo.
-
¡Quiero a ésta!. Llevadla al castillo inmediatamente
Al
escuchar aquella voz levantó la mirada sorprendida y
lo que vio la dejó helada.
Era Javier vestido de caballero medieval. Quería tenerla
como esclava y bromeaba con otros dos hombres.
La
condujeron a un fabuloso castillo y allí una mujer gorda
y otra doncella la despojaron de sus ropas y la metieron en
una gran tinaja de agua hirviendo. La vistieron, la perfumaron
y finalmente la acompañaron a una lujosa alcoba.
La
dejaron allí sola mientras ellas, sin poder comprender
lo que estaba sucediendo y tras examinar cuidadosamente las
maravillas que había a su alrededor, se metió
en la cama mullida y caliente y se quedó completamente
dormida.
Su
gozo duró poco porque al instante escuchó como
alguien cerraba la puerta se dirigía hacia ella. Al principio
no lo reconoció en la penumbra, pero al acercarse comprobó
que aquella figura que se acercaba no era otra que la de Javier,
que se disponía a besarla y a meterse en la cama con
ella.
Horrorizada
gritó una y otra vez y se despertó bañada
en sudor, un sudor frío que le recorría la espalda.
Encendió la lamparilla y miró a todos lados. Estaba
allí, en su cuarto, en su cama, en el siglo veinte, y
por la ventana le llegaba el ruido del tráfico.
Se
levantó y se fue a la cocina. Cogió una aspirina
y se la tomó. Aquella lectura la había trastornado.
Se paseó por la habitación y llegó al salón.
Encendió
la luz y miró el sofá. Siempre miraba el maldito
sofá. Caminó por la estancia, revisó algunos
papeles, contempló con desgana su biblioteca y decidió
empezar a leer otro libro "menos agitado".
Miró
el teléfono. Pensó en llamar a Silvia, su mejor
amiga. Miró el reloj: las dos de la madrugada. Silvia
estaría despierta, solía quedarse siempre hasta
muy tarde.
Quedaron
para almorzar. Hacía tiempo que no se veían, quizá
desde lo de Javier.
A la mañana siguiente se levantó con una extraña
sensación en el estómago. Se duchó, se
vistió y decidió desayunar en la cafetería
de la esquina donde hacían unos croissants exquisitos.
Leyó
con detenimiento el periódico. Las noticias siempre catastróficas
que no dejaban de mostrar guerras, hambres, accidentes, asesinatos...
Miró la cartelera, un par de películas le llamaron
la atención.
Se terminó el café y pagó.
Como era sábado y no trabajaba decidió entrar
en una peluquería. Cambiaría totalmente su imagen,
ya estaba cansada de verse siempre igual, quería ser
otra persona, vivir nuevas historias.
Sobre
la una salía de la peluquería. Todavía
recordaba la cara de sorpresa al ver su imagen reflejada en
el espejo. Se había cortado el cabello y se lo había
teñido de negro.
Parecía mas joven, se había quitado diez años
de encima. Su primer pensamiento fue para Javier, "así
ya no formarás parte de mi vida".
A
las dos en punto llegó Silvia al restaurante. Los ojos
se le salían de las órbitas y no cesaba de repetirle
una y otra vez lo estupendamente encantadora que estaba.
El
almuerzo fue un auténtico relax. Silvia hablaba y hablaba
y no paraba de darle consejo sobre todo y contar aventuras amorosas.
La sobremesa transcurrió plácidamente. El paseo
por el parque recordando viejos tiempos y haciendo planes de
futuro resultó realmente tonificante.
Quedaron
en llamarse para volver a salir, aquello tenía que repetirse.
Cuando
llegó a casa, por primera vez en dos años no sintió
aquella sensación de ahogo y soledad.
Cerró
la puerta tras de sí, se descalzó y entró
en el salón. Miró el sofá y se dirigió
hacia él. Se sentó cómodamente y respiró
hondo. Comenzó a leer un nuevo libro, se lo había
recomendado Silvia, era uno de esos libros de autoayuda que
mejoran la autoestima y sanan el cuerpo y la mente.
La
lectura era interesante y no le costó nada sumergirse
en el libro hasta que lo acabó. Eran ya las cuatro de
la madrugada. Tenía sueño pero se sentía
bien, en paz consigo misma.
Camino
del dormitorio reparó en que en el contestador había
un par de llamadas. Una era de un compañero de trabajo:
debía pasarle unos informes a primera hora del lunes;
la otra era de Javier, se sentía solo y estaba profundamente
arrepentido por todo lo sucedido y quería volver con
ella.
Indiferente,
miró el contestador. Jamás pensó que ante
esa posible situación reaccionase de aquella forma tan
serena. Desde que dos años atrás Javier decidiera
separarse y hacer su vida con la vecina del quinto, para ella
había muerto y siempre había sentido su presencia
como una sombra aunque él no estuviera.
Ahora
las cosas habían cambiado. Se desnudó, se miró
al espejo sonriéndose a sí misma, se metió
en la cama y sin necesidad de tomar ningún tipo de tranquilizante
se deseó buenas noches y durmió como hacía
años que no dormía.
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