"Calores
y otros sudores fríos"
Capítulo 11º del libro de Luisa Mª Contreras
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B U E N R O L L O -
Ese es el tipo de gente que me revuelve las tripas y me hace
vomitar. Alguien que se cree tan prepotente que todos deben
bailar al son que él toca en el momento que a él
le apetece, que porque dice una gracia el día que está
de buen humor todos deben reírsela, que cuando está
de buenas todos deben estarlo también.
Una
vez conocí a un tipo así. Era profesor en la Facultad
de Ciencias de la Información. Sus alumnos le odiaban
porque los días que estaba de mal humor se dedicaba a
insultarles y faltarles al respeto. Solía putearles a
menudo en los exámenes poniendo preguntas sobre temas
que ni siquiera habían llegado a dar o paranoias varias
como una vez que en un final les preguntó la diferencia
que existía entre una corchea y una blanca...
Los alumnos no se atrevieron a sublevarse y los pocos que entendían
algo de música campearon el temporal como pudieron, "un
buen periodista debe saber de todo"- solía decir.
Todos
los días pasaba lista y ridiculizaba a los no presentes
con una falta de moral y de ética profesional que tiraba
de espaldas. El día que un alumno se le atravesaba ya
podía darse por perdido porque ni una sola de sus virtudes
saldría a flote, lo convertiría en el inútil
más inútil de todos, en la persona menos válida
del mundo.
Era
un tipo que decía entender de todo, a veces se le iba
la clase en elucubraciones sobre sus batallitas en diversas
agencias de Nueva York, sus correrías por la Gran Manzana
en las que no faltaba ningún detalle sobre sobornos,
estafas, trapicheos con drogas y correrías sexuales de
todo tipo.
Él
era un hombre de mundo, un hombre que conocía los pormenores
del mundillo, que sabía cómo y dónde conseguir
la mejor noticia, la más jugosa. Su mejor excusa era
que él se había alejado de toda esa vorágine
porque había decidido consagrar su brillante carrera
a la enseñanza para llevar a cabo un logro mayor aún
si cabe, el de conseguir hacer de unos perfectos idiotas, periodistas
cabales y bien formados; ardua tarea en la que aseguraba a veces
hasta ponía en peligro su propia salud por la ineptitud
de sus alumnos.
Su fijación era sacar continuamente a relucir noticias
que tuviesen que ver con los campos de concentración,
los nazis, los skins, los apaleamientos a mendigos y gays, los
negros y demás subrazas(como él decía)
le tenían sin cuidado. Cualquier excusa era buena para
pasar unas diapositivas sobre Auschwitz o Mauthausen imágenes
en las que se recreaba una y otra vez mientras una especie de
mueca en su cara reflejaba cierto morbo tratando determinado
tipo de asuntos.
Pero
si contra alguien proyectaba sus frustraciones más recónditas
era contra las mujeres; no había una sola alumna suya
que no hubiese visto minado su orgullo ante la tiranía
continua a la que todas eran sometidas, vejadas como meros objetos
sexuales, como seres sin cerebro y sin alma a los que se puede
humillar sin compasión alguna porque no tienen sentimientos.
Un
día su violencia llegó a tal extremo que se ensañó
contra una pobre muchacha que tuvo un par de problemas para
acertar con algunos verbos en un artículo sobre las refinerías
de petróleo en Kuwait.
Los ojos se le salían de las órbitas, las venas
del cuello estaban tan hinchadas que parecía que de un
momento a otro estallarían y su descarga fue tan brutal
que hasta dos aulas más allá se hicieron eco de
su monumental enfado.
A
la salida de la Facultad un coche lo lanzó cuatro metros
más allá del paso de peatones por el que cruzaba
en aquel momento. Su recuperación fue tan lenta que necesitó
años para poder volver a caminar, sin embargo, nunca
llegó a recuperar el habla. Jamás volvió
a insultar a nadie, por su boca no volvió a salir ninguna
otra humillación.
Ahora
no puede dar clases y se dedica a escribir algún que
otro artículo para un periódico local y he visto
su nombre impreso en la sección de "Cartas al director"
despotricando contra la falta de vergüenza de los jóvenes
hoy día.
Aquí
en Wad Ras si tienes buena conducta no se portan mal contigo,
algunos funcionarios hasta pueden llegar a comprender las razones
que me incitaron a cometer aquel acto.
Yo por mi parte, nunca he publicado nada pero sí he conseguido
el sueño de todo periodista: ver mi nombre en titulares
aunque fuera en la página de sucesos; menos es nada.